Sus superficies matéricas de hierro, cobre, oro, plata y pigmentos puros, tienen aroma de paisaje soñado, y evocan el paso del tiempo a través de óxidos y fluidos que mutan alquímicamente, transformando la piel del cuadro en un terreno vivo, en constante metamorfosis cromática.
Las obras de Anna Couderc exorcizan la enfermedad y el dolor que la artista conoce de primera mano. Un dolor físico y espiritual que se diluye en atmósferas oníricas de constelaciones, mares, montañas y árboles primitivos conectados a la tierra. Un dolor que se proclama en brochazos y salpicaduras; colores vibrantes, desescrituras y criptografías -reminiscencia de culturas perdidas-, rasgando la materia que emerge en el volumen pictórico, orgánico y sensual.
En sus lienzos, lo imprevisto y el rigor compositivo se hilan sutilmente al borde de la delgada frontera entre la abstracción y la figura, en ese impreciso espacio en el que la memoria conecta el pasado con el presente para hacerlo eterno.
Doctora en Bellas Artes por la UB, Anna Couderc ha desarrollado desde su juventud una labor creativa incansable, que va de la pintura al diseño y la escultura, consolidando una extensa obra intemporal, técnicamente brillante y profundamente emocional.